martes, 7 de abril de 2015

¿QUEREMOS SER NACIÓN?

Todavía los argentinos no hemos iniciado decididamente el desafío de ser Nación y dejar de ser habitantes para ser ciudadanos como nos proponen los obispos desde hace algunos años. Aún no somos ciudadanos, tampoco hermanos y no llegamos a Nación. Mal que nos pese, es una tarea pendiente en nuestra patria, para los que decimos, en los mundiales de fútbol, ser argentinos agitando una bandera. Ser una Nación, un país, una patria es mucho más que portar la celeste y blanca. Mejor dicho, llevar los signos patrios en el cuerpo implica una tarea, una responsabilidad, un desafío de valores sociales. He visto gente vestida con los colores de la bandera argentina pasar semáforos en rojo, arrojar botellas de vidrio en el asfalto y trepar hasta un semáforo con la consigna “Vamos Argentina”. Todavía no estamos en “punto caramelo”, ni siquiera hemos disuelto el azúcar sobre el agua para empezar. Estamos lejos. No se hace patria con el loco fanatismo populista, ni la historia recortada de las grandes glorias. Somos una Nación muy joven aún y hasta podríamos afirmar “inmadura”. No por culpa de nadie en particular, sino por lo poco que damos entre todos. Tenemos demasiados políticos y ningún patriota. Abundamos en líderes, pero pocos darían la vida por la Argentina. Estamos cansados de los caudillos sin agallas suficientes para estar del lado del pueblo y no atados a sus estructuras partidarias. Estamos en construcción de un país, sin embargo, no logramos a mantener acuerdos básicos para convivir y pensar en el otro. El servicio de la política es un “autoservicio”, en realidad, con vocación de poder para negociar para sí mismos, para obtener beneficios personales e incluso familiares y para adquirir ventajas, fueros, dignidades y realización personal. La Nación se construye desde los pequeños detalles, no de las banderas y los discursos. Desde el cuidado del barrio, por ejemplo. Aunque para algunos les parezca poca cosa. Para ahondar en detalles, hay gente que saca los residuos del hogar a la calle, que es de todos, a cualquier hora, como si el barrio no fuera parte de su vida. Como si la calle fuera de alguna entidad distinta de nosotros mismos. Agreden el pequeño “minimundo”, ecosistema diminuto que será el suelo de sus nietos por muchos años. Apenas abrimos la puerta de nuestra casa nos encontramos con un mundo adverso. Basura, escombros, animales abandonados, autos mal estacionados, paredes escritas y manchadas con inscripciones de todo tipo. Si hasta nuestros políticos comienzan a inundar la ciudad con sus molestos afiches de precandidatos que ensucian y descomponen la visual con sus rostros sonrientes de miradas vacías y llenas de engaño. Ya parecen muy raros los pequeños y cotidianos actos de cortesía. La gente no nos cree cuando paramos el auto en la esquina para que circule con tranquilidad el peatón por su senda. No parece de una persona normal decir “Buenos días” al chofer del colectivo o al cajero del banco. Algunos entienden que son raros y hasta vergonzosos, por ejemplo, esos pequeños actos que los scouts llaman “buena acción” o una famosa película denomina “cadena de favores”: dar el asiento a las personas mayores, usar las palabras mágicas (permiso, por favor, gracias y perdón), hacer el bien al otro, quitar un obstáculo a alguien que viene andando con dificultad. Parece que todo esto es de otro mundo, incluso que es anticuado. Es el mundo violento que estamos acostumbrados a vivir todos los días el que nos derivó a ser mal educados, indiferentes y faltos de respeto: motos ruidosas con escapes abiertos solo para molestar; jóvenes que juegan a robar logos de vehículos o destruir señales de tránsito. La educación en la circulación vial es quizás nuestra mayor vergüenza. Necesitamos siempre un gendarme para portarnos bien. Antes, en las escuelas, se empeñaban en dibujar las señales de tránsito e ilustrar en afiches hasta el cansancio cómo se debía conducir en la ciudad, tanto caminando como en automóvil. Qué bien se siente uno en otros países cuando la gente que conduce observa que uno se encuentra en la senda peatonal y, automáticamente, frena su vehículo o cede el paso con total naturalidad. Hoy nadie quiere esperar. Parece que hacer cola es una ofensa al ser humano. Por eso, hay gente sin principios que busca traspasar todo límite para asegurar su lugar comprando un número o ubicar algún conocido para obtener favores. Típicos como la chacarera o la empanada son el “acomodo” o el “tenés un conocido” en la Argentina. Las largas esperas en colas de bancos u oficinas públicas no son, por otra parte, siempre resultados de la organización, sino de la falta total de competencia y aprovechamiento del personal del Estado en los ámbitos pertinentes. El lugar que ocupamos o cedemos en los medios de transportes ya no tiene un valor educativo. Tampoco es propiciado por padres y educadores. Pocos conservamos la conciencia de que alguien puede necesitar el asiento por su edad, su enfermedad o el cuidado de sus hijos. Son muy pocos los que se dan cuenta de lo que aqueja a su prójimo en la calle: un ciego que quiere cruzar una avenida, un anciano que precisa subir una escalera, un peatón que va caminando con paso normal por la senda peatonal. Están los apurados de siempre que creen que poseer un auto o una camioneta es sinónimo de poder, y, por lo tanto, van tipo “carrera” contra todo lo que se interpone en su camino. La ley de la selva es más armoniosa en relación con la jungla maleducada y absurda en la cual vivimos millones de argentinos. El respeto por el otro hermano, compatriota, vecino, peatón, ser humano parece no valer nada para los egoístas, los ignorantes y los antisociales que toman la ciudad como suya, sin razón ni educación. Los otros no son valiosos si no pertenecen al mismo equipo de fútbol o igual agrupación política. Esto nos enseñan todos los días nuestras autoridades estatales cuando denigran al diferente. La atención cordial en negocios, oficinas o departamentos de información no ejerce un repunte social importante. Qué lindo cuando la gente trata a sus clientes como tal y no como gente que necesita un favor. Todos merecemos respeto y buena atención, no solamente el que compra. Existen personas que padecen muchas dificultades en sus vidas personales y lo manifiestan tratando mal, menospreciando a otros. Con caras amargadas y gestos inapropiados no se puede construir una comunidad social. La vida en vacaciones también se desarrolla en hostels, camping, plazas o clubes. Hay un secreto “milenario” que hace la vida más cortés: “Dejar el lugar que usamos mejor que lo encontramos”. Todos quereros encontrar los baños limpios cuando llegamos a un lugar público, como una estación de servicios o un shopping, pero debemos revisar cómo dejamos nosotros lo que usamos. En días de verano, las playas son contaminadas con papeles, botellas de plástico, pañales usados, latas, botellas de vidrio... No es un problema del Municipio, es un desorden social. No sabemos o no tenemos muy claro que existe la autorresponsabilidad. Creemos que todo es responsabilidad del Gobierno. El Estado omnipresente debe solucionar todos los problemas: el árbol que cae, la basura que acumulamos, el pasto que crece, la vereda que se rompe, el tránsito loco y desordenado, los “manteros” en plazas y peatonales, las peleas callejeras, los juegos de las plazas destruidos, los perros que ensucian las veredas del barrio. Todo parece ser responsabilidad del Amo, Señor y Papito “Estado”. Es una costumbre muy común entre nosotros los argentinos, y quizás se repita en otros países de Latinoamérica. En el respeto por las diferencias religiosas, políticas o deportivas, también hacemos agua. Vivimos en un país muy dividido actualmente en cuanto a la ideología. Parece que cada verdad, para ser más “verdadera”, debe atacar, insultar y menospreciar a la otra. No es así. Nadie tiene la verdad, existen la concertación, el acuerdo y la tolerancia, y, en razón religiosa, hay una sola, que es la de Dios. Las diferencias deportivas son graciosas y cuentan con sus códigos; no obstante, nunca deben sobrepasar lo anecdótico para agredir lo personal. Es decir, podemos discutir sobre fútbol, equipos y jugadores, pero nunca violentar a una persona por motivos tan banales. La gente se pelea por equipos, y los técnicos y los jugadores pasan de un lugar a otro sin preocupación. Las buenas costumbres no siempre se enseñan como corresponde en el seno familiar, y menos aún en las escuelas, donde muchos de los maestros transcurren las horas de clases leyendo mensajes del celular o “stalkeando” perfiles en Facebook gracias a los nuevos modos de “netbook en el aula”. La escuela en general dejó de ser un lugar propiamente educativo para ser un espacio de contención. Las maestras y las pedagogas hablan más de contención que de educación: “Este es un espacio contenedor”, “mis maestras contienen a sus chicos”. Cambiemos entonces el Ministerio de Educación por “Ministerio Contenedor” o “Ministerio de Contención”. Al título de maestro también: “Profesorado en Contención de Niños”. En fin, si queremos ser Nación, si deseamos pasar de habitantes a ciudadanos, quizás nos haga falta hacer un repaso detallado y minucioso sobre lo que significa serlo. Desde las pequeñas actitudes cotidianas podemos construir una Nación. Los grandes logros y las hazañas de la historia se originaron con un pequeño acto de humildad, aprendizaje, esfuerzo y coraje. Podemos ser Nación, pero debemos empezar por cada uno. Hoy podemos comenzar...

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