martes, 3 de abril de 2007

SOLEDAD


Soledad necesaria: sabia elección

La soledad siempre despierta interrogantes y opiniones diversas. Algunos ven este estado individual como fenómeno negativo, otros como un momento y nada más, otros como elección. Ya nos hemos abocado en otras oportunidades a pensar la soledad como experiencia necesaria de la persona. En muchos casos defendimos la sana actitud de quien busca estar solo. Tal vez allí radique una de las primeras causas de nuestra búsqueda. ¿Por qué buscamos estar solos?
No puedo olvidar, para dar la nota colorida al tema, una escena del film “Spanglish” donde Penélope Cruz encarna una madre que vive y trabaja por la educación y bienestar de su hija. En una situación difícil, la niña dice a su madre “necesito estar sola”. Y la madre con firmeza le dice: “No hay lugar para estar sola. Afronta conmigo tu situación. Eres mi hija tus problemas son míos; los latinos no decimos este es mi espacio y necesito estar sola. Somos “una” las dos”. El film relata la situación de una mujer que lucha por inculcar los valores “latinos” dejando de lado estilos de vida capitalistas como en Norteamérica donde muchas veces las prácticas individuales tienden a que cada persona mantenga su lugar, su espacio, su momento, como una posición de individualismo.
Siempre que hablemos de “soledad sana” entenderemos como espacio propio de crecimiento personal y no como lugar de encierro, escape de los otros, introspección egoísta. El sentido de la soledad que “me ayuda” a encontrarme con los otros, que es pozo de agua fresca para invitar a quien está sediento, necesario repliegue como una elongación espiritual que se abrirá cada vez más hacia sus semejantes, navegación interior en busca de lo esencial para compartirlo con todos.
Esta sana soledad está para los otros, que a diferencia de la otra que cierra puertas, esconde secretos, dispara agresión, entuba sentimientos, desverbaliza pensamientos, derrumba relaciones, suprime gestos, descalifica todo acercamiento.
Esa soledad estéril es más parecida a los caprichos adolescentes, los portazos caseros, los celos de hermanos. No es soledad de frutos, es de raíz enferma, de ciertos parásitos, de tallos mutilados.
La sana soledad encuentra a los otros en la observación, se puebla de risas y llantos con nombres. Late con los problemas de cientos que no encuentran respuestas. Descubre voces que disparan reclamos, angustias, esperanzas y sueños. La sana soledad es un gran encuentro en la intimidad del corazón con todos aquellos que no puede hallar juntos a la vez. Es dialogo con la vida de muchos, es abrazo, buen recuerdo, presencia plena.
La soledad que no sirve detiene la vida, aguanta las horas, alimenta recuerdos dolorosos, asusta el futuro, idealiza banalmente el presente. La soledad buscada para servir a los otros se dio a lo largo de la historia en personas hambrientas de silencio e intimidad para tomar decisiones fuertes, jugadas, tal vez molestas o revolucionarias. La soledad de grandes emperadores en su lecho escuchando gritos desaprobando el “si” o el “no”, ideólogos tejiendo los pensamientos que cambiarían el mundo, profetas en el desierto, artistas en la costa de un río, místicos en el templo, gobernantes en la oficina oscura y silenciosa. Todos ellos en la búsqueda de una verdad, de una solución. La verdad no está en la multitud dijo Sören Kierkegaard. Pues, el ruido, la voces, el movimiento sacude la decisión, interpela la elección, abunda en dudas y tienta la traición. El ruido dispersa, desalienta, acobarda, obtusa la razón. La soledad germina, acompaña el crecimiento, madura la decisión.
La soledad buscada por hombres que escaparon del temor, del temblor, del laberinto espiritual encuentra su emblema en Moisés en la montaña, en Juan el bautista en el desierto, en Abraham en el destierro, en Teresa de Ávila en la celda, en Antonio Gramsci en la cárcel, en san Juan de la Cruz en el pozo encerrado y desaprobado por sus hermanos, en Ernesto Guevara en sus viajes por Latinoamerica, en Ignacio y Francisco en el lecho de enfermedad, en Victor Frankl en los campos de concentración, en Juan Pablo II en su caminata por los Alpes, en Sören Kierkegaard en su casona escasa de visitas, en tantos y en todos la soledad que fecunda la verdad.
La soledad que encuentra la verdad ha transitado por el país de la profundidad, ha buceado por el lago que siempre esconde un misterio, ha dejado el ruido para concentrarse en el silencio, ha sabido dejarse seducir por el aroma de lo escondido. La soledad desarmó su seguridad y encontró la sabiduría en si misma.
Ese espacio íntimo de quien acierta encontrarse y encontrar luces. Ese espacio que no aísla sino que refracta y refleja luz. Esa soledad de los que hicieron camino, de los que pensaron nuestro futuro, de los que soñaron nuestro hoy.
Esa soledad buscada y tan necesaria para la vida cotidiana, para asimilar un error o un desaliento, para rumiar una decisión, para entender los planes de Dios, para encontrar el rumbo, para crear, soñar, amar desde lejos, dejar secar las heridas. La soledad buscada por quien tiene todo pero no tiene paz, de quien sabe mucho pero no puede procesar, de quien siente mucho pero no sabe como expresar. La soledad del místico y el poeta, del pensador y el artista, del director espiritual y el confesor, del director de comunidad y del padre de adolescentes. Esa soledad que edifica en el silencio, diagrama en el corazón, decide desde la convicción, determina en el reclinatorio, solo y frente a Dios. La soledad que anhela el bien, que aspira a la paz que se enciende en sabiduría.
Hno. German Diaz
germansdb@hotmail.com